martes, 20 de agosto de 2013

Sembrar y ofrecer seguridad

De todo lo dicho hasta aquí se deduce que es clave para toda empresa sembrar lealtad para ofrecer seguridad. En general lo primero que se necesita para responder a esta necesidad básica es coherencia, es decir, la absoluta armonía entre lo que se expresa y lo que se es, entre lo que se ofrece y lo que se da, entre lo que se dice y lo que se hace. Y eso no se improvisa. Se llama lealtad, el activo básico de cualquier relación humana. Sólo la lealtad genera confianza y la confianza a su vez genera lealtad.

La lealtad se construye desde dentro y se proyecta hacia afuera. La primera lealtad es la autenticidad, es decir, la virtud de ser uno mismo, de conocerse y aceptarse, en una palabra, de amarse sanamente a sí mismo. Esto nos pone de lleno ante un tema antropológico que recuerda a la filosofía de siempre y que puede sonarnos a teoría (varios gerentes me lo han dicho alguna vez para desdecirse después), pero no es así, toda buena filosofía es en realidad algo muy práctico. Es el empresario en persona el que tiene que conocerse, aceptarse y amarse. 

Una buena empresa no puede surgir como la respuesta a una ambición desmedida, el miedo a carecer, o los atavismos y complejos de nuestra irredenta vida psíquica. Tal vez alguna buena empresa puede comenzar así porque somos humanos, pero no se sostendrá así si sus bases humanas no se corrigen comenzando por sus líderes. Sanamente por lo menos, no. Existen muchas empresas enfermas y tóxicas que se alimentan de las peores taras y de las más bajas pasiones (narcotráfico, comercio de armas, pornografía, prostitución, etc.), pero esas no cuentan en realidad, son nubes negras en el horizonte de la sociedad que sólo generan mayor inseguridad, deslealtad y violencia.

La lealtad surge de un cambio de paradigmas internos que nos hacen pasar de un lenguaje interior reactivo a uno proactivo (es la ya vieja fórmula de Covey tomada de otras fórmulas mucho más viejas que provienen en buena parte del estocicismo y de la moral a Eudemo, digo por si alguien quiere investigar). Según este ya clásico autor en el mundo de los negocios, la proactividad es básicamente un ejercicio de responsabilidad que me lleva a reconocer mi círculo de influencia, mirarlo de modo realista y hacerlo crecer más que mi círculo de preocupación en la medida en que me concentro en él. O sea me concentro en lo que debo sin meter las narices donde no debo. Mientras que el lenguaje reactivo ("sería feliz si tal cosa cambiara", "si mi historia hubiera sido diferente") te hace depender de los demás y de factores externos, el proactivo te pone como protagonista de tu propia acción ("voy a hacer esto", "¿Cómo hago para mejorar esto?", etc.).

Tiene razón Covey. "La tiene pero es poca" diría un recordado amigo ya fallecido. El principio está bien, lo que falta es la motivación, es decir, la comprensión y la emoción que genera el valor de la lealtad en la vida misma, la tranquilidad de la conciencia, la paz interior, la ausencia de stress unida a una tensión positiva para hacer las cosas. Es decir, los consejos de Covey son de una sensatez meridiana pero deben ser complementados por el conocimiento de uno mismo y de los satisfactores sanos de las necesidades, de lo contrario se corre el riesgo de caer en un voluntarismo rígido que no responde a la humanidad de las personas y genera grilletes formales que esclavizan y que en el fondo no son dignos ni de ser creídos ni de ser practicados. 

En el fondo, la eficiencia a la que Covey se refiere es el bien. La persona altamente eficiente es la persona buena, lo que en primer lugar en nuestra escalera quiere decir: leal.

Una formulita para terminar: la lealtad es el ejercicio cotidiano de la verdad en el propio corazón. El jueves veremos un poco más sobre la lealtad, el alimento sano de la seguridad.

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