jueves, 8 de agosto de 2013

La necesidad de singularidad

Las dos primeras necesidades (seguridad y variedad) que traducen la gran necesidad (felicidad: crecer y servir) están ligadas a emociones más primarias, más externas e inmediatas, emociones "más emocionales" o "menos racionales" por decirlo de alguna manera. Su satisfacción apunta directamente a otra necesidad más de fondo, más consciente y ligada a la voluntad: la necesidad de singularidad. Es la necesidad de saberse y sentirse único e irrepetible, capaz de dominar la propia vida y cambiar el entorno de manera fructífera y con ello lograr seguridad y variedad. Es la necesidad de sentirse importante.

Como en las dos anteriores necesidades es importante conocer qué alimento la mantiene sana y la convierte en una motivación saludable y qué es lo que la intoxica. Y como en las dos anteriores la singularidad está bien alimentada cuando se alinea con la gran necesidad de felicidad y se abre a la contribución, al bien común, al servicio. El bienestar que produce saberse único e irrepetible para donarse a los demás es algo que renueva constantemente la motivación para vivir. Es la lógica de la donación auténtica la que potencia la necesidad de singularidad. Se es alguien importante cuando te importan los demás y les puedes dar algo importante para sus vidas. 

El otro moderador de la necesidad de singularidad es la necesidad de conexión que veremos en la siguiente entrega. Adelantamos simplemente que pertenecer a un grupo, familia, empresa, entorno social, no es un hobbie ni una característica especial de personas "más sociales" que otras, eso es una mera diferencia de personalidad (efectivamente hay gente más carismática), se trata de una necesidad emocional indispensable para ser feliz que modera y armoniza la necesidad de singularidad ya que uno sólo puede sentirse y saberse único e irrepetible en contacto con otros. Sin la consciencia de la necesidad de conexión, la necesidad de singularidad se hipertrofia y encierra a la persona en la egolatría.

Y de eso se trata su "fast food" (agradeciendo de nuevo a Luis Huete esta útil analogía). La singularidad se intoxica con el egoísmo. El perfil de la persona intoxicada tiene como características:

  • Verse a sí mismo como el protagonista de una película en la que todos son actores secundarios.
  • Sentirse ofendido o injustamente tratado cuando no se es reconocido.
  • Ser incapaz de empatía sincera.
  • Mirar siempre el propio interés.
  • Estar demasiado pendiente (y dependiente) de la propia fama.
  • Ser incapaz de delegar y confiar.
  • Creer que uno está por encima del bien y del mal y que el fin justifica los medios.
  • Hablar mal de los demás.
  • No reconocer los méritos ajenos y ensalzar los propios.

El alimento sano de la singularidad es el orden, la disciplina, la proactividad, hacerse responsable de las propias acciones y por lo tanto conocer los límites de la propia influencia, en una palabra muy antigua: humildad.

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