jueves, 22 de agosto de 2013

Lealtad, solidez y seguridad

La lealtad es virtud de la persona. La solidez es virtud de la empresa. Sin la primera la segunda es imposible. Y no hay forma de ser leal sin conocerse y aceptarse a sí mismo. Este proceso requiere en primer lugar hacerse un tiempo propicio para entrar en uno mismo y ser muy sincero al mirar la propia historia con sus aciertos y errores así como las capacidades y dificultades que cada uno porta en sí en el presente. Soy muy consciente de que este espacio no suele ser fácil de hacer: muchas urgencias de todo tipo invaden a diario la vida de las personas de negocios. Sin embargo es indispensable. 

Justamente por el grado de actividad que requiere la vida empresarial es muy importante hacerlo. De lo contrario se corre el riesgo de perderse a sí mismo y construirse una falsa identidad en base al afán desmedido y ciego de poder, tener o placer. Y cuando esto ocurre, por mucho que la persona declare y diga esforzarse en vivir según los valores más importantes y humanos, sus frutos serán siempre la confusión interior, la falta de solidaridad real con los demás, en una palabra, la deslealtad. Y cuando la persona se vuelve desleal (en primer lugar consigo misma), toda la moral se convierte en una mera estrategia al servicio de sus intereses egoístas y superficiales. Una vez más: "fast food" y con el mal alimento la intoxicación de la inteligencia y la voluntad. 

Como es la seguridad lo que se pone en juego en la deslealtad, la falsa personalidad tiende a hacerse estable y se refuerza en un círculo vicioso. En el fondo este entrar en uno mismo se trata de un ejercicio de contemplación sincera y serena de la realidad personal. Existen muchas ofertas para lograr esto y hay que saber elegir y discernir cuál es la que más conviene en determinado momento de la vida. Más adelante haré algunas sugerencias de temas y dinámicas para trabajar esto. 

Por lo pronto terminaré con una breve mención a la solidez como virtud de la empresa y consecuencia de la lealtad personal. Creo que la solidez es básicamente la suma de lealtades personales que va desde los líderes a los colaboradores y viceversa pero para efectos prácticos se inicia en los líderes. Si el líder no cree en la necesidad de sembrar lealtad cosechará necesariamente un ambiente de desconfianza que convertirá a su empresa en un campo de batalla usualmente solapado y lleno de astucia y cálculos cínicos e inhumanos y a sus clientes en personas siempre dispuestas a aprovecharse de la empresa en lugar de sumar esfuerzos y colaborar con el crecimiento de todos.

En cambio si se trabaja con orden e inteligencia en ser leales y sembrar lealtad, la confianza crece y con ella todo se hace más fácil aunque nunca desaparezcan las dificultades típicas de las debilidades humanas que todos en mayor o menos medida tenemos.

martes, 20 de agosto de 2013

Sembrar y ofrecer seguridad

De todo lo dicho hasta aquí se deduce que es clave para toda empresa sembrar lealtad para ofrecer seguridad. En general lo primero que se necesita para responder a esta necesidad básica es coherencia, es decir, la absoluta armonía entre lo que se expresa y lo que se es, entre lo que se ofrece y lo que se da, entre lo que se dice y lo que se hace. Y eso no se improvisa. Se llama lealtad, el activo básico de cualquier relación humana. Sólo la lealtad genera confianza y la confianza a su vez genera lealtad.

La lealtad se construye desde dentro y se proyecta hacia afuera. La primera lealtad es la autenticidad, es decir, la virtud de ser uno mismo, de conocerse y aceptarse, en una palabra, de amarse sanamente a sí mismo. Esto nos pone de lleno ante un tema antropológico que recuerda a la filosofía de siempre y que puede sonarnos a teoría (varios gerentes me lo han dicho alguna vez para desdecirse después), pero no es así, toda buena filosofía es en realidad algo muy práctico. Es el empresario en persona el que tiene que conocerse, aceptarse y amarse. 

Una buena empresa no puede surgir como la respuesta a una ambición desmedida, el miedo a carecer, o los atavismos y complejos de nuestra irredenta vida psíquica. Tal vez alguna buena empresa puede comenzar así porque somos humanos, pero no se sostendrá así si sus bases humanas no se corrigen comenzando por sus líderes. Sanamente por lo menos, no. Existen muchas empresas enfermas y tóxicas que se alimentan de las peores taras y de las más bajas pasiones (narcotráfico, comercio de armas, pornografía, prostitución, etc.), pero esas no cuentan en realidad, son nubes negras en el horizonte de la sociedad que sólo generan mayor inseguridad, deslealtad y violencia.

La lealtad surge de un cambio de paradigmas internos que nos hacen pasar de un lenguaje interior reactivo a uno proactivo (es la ya vieja fórmula de Covey tomada de otras fórmulas mucho más viejas que provienen en buena parte del estocicismo y de la moral a Eudemo, digo por si alguien quiere investigar). Según este ya clásico autor en el mundo de los negocios, la proactividad es básicamente un ejercicio de responsabilidad que me lleva a reconocer mi círculo de influencia, mirarlo de modo realista y hacerlo crecer más que mi círculo de preocupación en la medida en que me concentro en él. O sea me concentro en lo que debo sin meter las narices donde no debo. Mientras que el lenguaje reactivo ("sería feliz si tal cosa cambiara", "si mi historia hubiera sido diferente") te hace depender de los demás y de factores externos, el proactivo te pone como protagonista de tu propia acción ("voy a hacer esto", "¿Cómo hago para mejorar esto?", etc.).

Tiene razón Covey. "La tiene pero es poca" diría un recordado amigo ya fallecido. El principio está bien, lo que falta es la motivación, es decir, la comprensión y la emoción que genera el valor de la lealtad en la vida misma, la tranquilidad de la conciencia, la paz interior, la ausencia de stress unida a una tensión positiva para hacer las cosas. Es decir, los consejos de Covey son de una sensatez meridiana pero deben ser complementados por el conocimiento de uno mismo y de los satisfactores sanos de las necesidades, de lo contrario se corre el riesgo de caer en un voluntarismo rígido que no responde a la humanidad de las personas y genera grilletes formales que esclavizan y que en el fondo no son dignos ni de ser creídos ni de ser practicados. 

En el fondo, la eficiencia a la que Covey se refiere es el bien. La persona altamente eficiente es la persona buena, lo que en primer lugar en nuestra escalera quiere decir: leal.

Una formulita para terminar: la lealtad es el ejercicio cotidiano de la verdad en el propio corazón. El jueves veremos un poco más sobre la lealtad, el alimento sano de la seguridad.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Primer descanso

Nota: me adelanto a mañana porque en Arequipa, mi muy noble y querida ciudad, es feriado para celebrar la fundación. 

Para subir una escalera hacemos tres cosas básicas: mirar a donde va, mirar si están todos los escalones y mirar el primer escalón. 

Si miramos a dónde va pero no miramos el primer escalón y no nos cercioramos de que no le falte alguno, es probable que caigamos en el que falta (y bueno, no es difícil deducir lo que ocurre cuando uno se cae de una escalera). 

Si miramos los escalones pero no sabemos adónde va la escalera es probable que dudemos sobre la necesidad de subir (porque puede ser que conduzca a la nada, con lo cual o terminamos cayendo de lo alto o volviendo sobre nuestros pasos haciendo inútil el esfuerzo). 

Si miramos solo el primer escalón no tenemos razón de peso alguna para emprender el ascenso.  

Algo parecido es este blog. Hemos intentado mirar a dónde vale la pena subir: la felicidad como la gran necesidad (crecer y contribuir, ser y servir, en palabras cristianas: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo). Hemos intentado mirar los escalones: la necesidades de seguridad, variedad, singularidad y conexión. 

No son buenas las escaleras sin descansos. Se nos hace necesario parar, tomar aire, mirar los escalones pasados y volver a levantar la mirada hacia el final. Es más, el descanso se requiere justo antes de comenzar a subir. 

Algo parecido pasa con este blog, por eso es que antes de continuar recomiendo este descanso en el que vale la pena releer lo escrito hasta aquí. 

El próximo martes intentaremos mirar de manera más práctica (lo que equivaldría a comenzar a subir) el primer escalón: la necesidad de seguridad. 

martes, 13 de agosto de 2013

La necesidad de conexión

Vamos a terminar la primera vuelta de este blog con la necesidad de conexión.

El recorrido ha sido el siguiente: después de saludar en el primer post, hemos aludido en el segundo al mito del empresario sin alma para decir simplemente que si bien el empresario corre el peligro de olvidarse de su alma eso no niega que la tenga y que por lo tanto vale la pena tratar de ayudarlo a cultivarla para no olvidarla ni perderla y de eso se trata este blog.

En el tercero hemos abierto propiamente el asunto con la gran necesidad de felicidad, lugar común universal en las palabras y obras de todos los seres humanos. Se trata de la gran motivación, lo único que da sentido a cualquier esfuerzo. Esta felicidad no es arbitraria sino que está hecha de crecer (como persona) y contribuir (buscar el bien común), en una palabra amar. 

El amor es la acción concreta de la felicidad. La idea es que esta gran necesidad se traduce íntegra en cada una de las necesidades más "sectoriales" (seguridad, variedad, singularidad y conexión), y justamente por eso las modera y mantiene sanas equilibrándolas con la necesidad opuesta (así la seguridad se equilibra con la variedad y viceversa; y la singularidad se equilibra con la conexión y viceversa).

Ahora a lo que toca: la necesidad de conexión.

Se trata de la necesidad de pertenencia, de compañía real y profunda. No le basta a la persona sentirse importante si no que necesita sentirse importante para alguien, estar en relación con ese alguien de manera gratuita y no utilitaria, aunque en la relación lo utilitario tenga un lugar, siempre será secundario. Se trata también de una necesidad afectiva que expresa que somos insuficientes en soledad, que el otro es necesario en nuestras vidas, que no hemos sido diseñados para estar encerrados en nosotros mismos. En la práctica es una negación de la indiferencia y el anonimato.

El "fast food" de esta necesidad es la dependencia afectiva y todos los productos tóxicos que se siguen de ella. La persona hipoteca su felicidad a la reacción del otro. Se convierte así en alguien incapaz de ser feliz consigo mismo, todo su mundo interior se ve invadido por la necesidad de la otra persona. Una gran incidencia de este satisfactor tóxico se puede ver en la relaciones de pareja donde muchas veces imperan los celos patológicos, el abuso y la manipulación. Básicamente se trata de la incapacidad de salir de sí mismo y con ello tratar de usar al otro para la propia satisfacción afectiva. Otra veces se da en relación a los padres, hermanos amigos. Un efecto que también se produce es la pretensión de vivir sin afectos, ignorando los sentimientos, intoxicación que suele terminar en algún tipo de fuga por compensación.

El satisfactor sano es la capacidad de establecer relaciones equilibradas de pertenencia pero no de dependencia. Se trata de la reciprocidad. En la pertenencia debe quedar claro que la decisión de construir la relación es libre y razonable y desde ella ordenar las pasiones, lo sentimientos y emociones. La necesidad sana de singularidad modera la necesidad de conexión con la conciencia y la sensación de que uno es suficiente y capaz y que justamente por eso establece una relación libre y que respeta la libertad del otro. 

Y como en todo, esta necesidad de conexión sólo se mantiene sana de cara a la gran necesidad de crecer y contribuir que constituyen la felicidad.

jueves, 8 de agosto de 2013

La necesidad de singularidad

Las dos primeras necesidades (seguridad y variedad) que traducen la gran necesidad (felicidad: crecer y servir) están ligadas a emociones más primarias, más externas e inmediatas, emociones "más emocionales" o "menos racionales" por decirlo de alguna manera. Su satisfacción apunta directamente a otra necesidad más de fondo, más consciente y ligada a la voluntad: la necesidad de singularidad. Es la necesidad de saberse y sentirse único e irrepetible, capaz de dominar la propia vida y cambiar el entorno de manera fructífera y con ello lograr seguridad y variedad. Es la necesidad de sentirse importante.

Como en las dos anteriores necesidades es importante conocer qué alimento la mantiene sana y la convierte en una motivación saludable y qué es lo que la intoxica. Y como en las dos anteriores la singularidad está bien alimentada cuando se alinea con la gran necesidad de felicidad y se abre a la contribución, al bien común, al servicio. El bienestar que produce saberse único e irrepetible para donarse a los demás es algo que renueva constantemente la motivación para vivir. Es la lógica de la donación auténtica la que potencia la necesidad de singularidad. Se es alguien importante cuando te importan los demás y les puedes dar algo importante para sus vidas. 

El otro moderador de la necesidad de singularidad es la necesidad de conexión que veremos en la siguiente entrega. Adelantamos simplemente que pertenecer a un grupo, familia, empresa, entorno social, no es un hobbie ni una característica especial de personas "más sociales" que otras, eso es una mera diferencia de personalidad (efectivamente hay gente más carismática), se trata de una necesidad emocional indispensable para ser feliz que modera y armoniza la necesidad de singularidad ya que uno sólo puede sentirse y saberse único e irrepetible en contacto con otros. Sin la consciencia de la necesidad de conexión, la necesidad de singularidad se hipertrofia y encierra a la persona en la egolatría.

Y de eso se trata su "fast food" (agradeciendo de nuevo a Luis Huete esta útil analogía). La singularidad se intoxica con el egoísmo. El perfil de la persona intoxicada tiene como características:

  • Verse a sí mismo como el protagonista de una película en la que todos son actores secundarios.
  • Sentirse ofendido o injustamente tratado cuando no se es reconocido.
  • Ser incapaz de empatía sincera.
  • Mirar siempre el propio interés.
  • Estar demasiado pendiente (y dependiente) de la propia fama.
  • Ser incapaz de delegar y confiar.
  • Creer que uno está por encima del bien y del mal y que el fin justifica los medios.
  • Hablar mal de los demás.
  • No reconocer los méritos ajenos y ensalzar los propios.

El alimento sano de la singularidad es el orden, la disciplina, la proactividad, hacerse responsable de las propias acciones y por lo tanto conocer los límites de la propia influencia, en una palabra muy antigua: humildad.

lunes, 5 de agosto de 2013

La necesidad de variedad

Como vimos en el post anterior, necesitamos lo predecible, lo estable, el orden. Pero esta necesidad se enferma, se hipertrofia, si no tenemos en cuenta otra que le es proporcional en sentido inverso: la necesidad de variedad. 

Es esa voz interior que nos impulsa a buscar la novedad, a estar inconformes con lo establecido, a buscar nuevas rutas, a crearlas si es posible. Es una cierta necesidad de lo impredecible que le hace justicia a la realidad ya que hay muchísimas cosas que no podemos controlar, ni medir, ni predecir en base a un orden conocido. Es también necesidad de ocio, de descanso libre, de espacio para pensar, soñar, inventar, fantasear incluso. Su alimento sano es la creatividad en todos los sentidos posibles: la solución novedosa para un problema viejo en la empresa, la producción de algo artístico, la nueva mirada que a veces se tiene de un paisaje conocido, la práctica de algún deporte, un paseo familiar, una buena conversación sin fin utilitario alguno. 

El satisfactor tóxico (O "fast food" a decir de Luis Huete) que deforma u enferma la necesidad de variedad es la diversión como fuga que cuando se hace hábito genera la frivolidad, la ligereza y la insensibilidad para con la realidad humana. La distinción está en los frutos, la diversión como fuga deja a la persona un poco cansada y triste, con una sensación de no haber aprendido nada nuevo, ni conocido realmente a nadie. La creatividad en cambio renueva las ganas de seguir avanzando, creando y creciendo. 

En el primer caso se produce una intoxicación de la necesidad que genera adicción a la fuga, la personalidad se va empobreciendo y haciéndose cada vez más dependiente de la adrenalina o la dopamina producidas por la satisfacción inmediata. Cuando esto ocurre en la vida empresarial, se resienten las relaciones entre los miembros de la empresa porque cada uno busca su propia satisfacción, o para ser más exacto, la satisfacción de sus pasiones, sin importarle el resto, se van haciendo ciegos para la felicidad y terminan por no crear nada fructífero. 

En el segundo caso en cambio, se genera una fuerte motivación, se experimenta la libertad de crear y producir respuestas a las necesidades de las personas, no se busca el descanso tanto como compartir lo que se aprende, se genera una confianza que alegra y mueve a la generosidad. 

Como en la necesidad de seguridad, la satisfacción sana de la necesidad de variedad no ocurre si se pierde de vista la gran necesidad de felicidad y si no se modera con la misma necesidad de seguridad en una armonía muy motivadora entre responsabilidad y buen humor, entre seriedad y ligereza, entre orden y creatividad. 

jueves, 1 de agosto de 2013

La necesidad de seguridad

La gran necesidad de felicidad se traduce en necesidades psicológicas que percibimos como apetitos, emociones, sentimientos e ideas. Entre ellas la más básica es la de seguridad. Se trata de la búsqueda interior de estabilidad, de un escenario que no cambie en lo esencial. Necesitamos que algunas cosas permanezcan siempre las mismas a pesar de sus variaciones externas: un trabajo fijo, un hogar sólido, lealtad, confianza, amistades incondicionales, una posición económica y social que nos permita una estabilidad que percibimos como indispensable para desarrollarnos. Necesitamos de lo previsible. Es imposible ser feliz en un mundo absolutamente cambiante y sin reglas. Es imposible lograr un estado de equilibrio en un mundo lleno de riesgos y peligros sin control alguno. 

Como ya dijimos en un post anterior la necesidad no es algo que se pueda discutir o transformar, simplemente está ahí. El problema es el satisfactor que buscamos para ella. Así, cuando uno (consciente o inconscientemente) trata de satisfacer su necesidad de seguridad sin considerar la gran necesidad de felicidad y todo lo que implica de apertura a la realidad, tiende a buscar refugio, a encerrarse en un subjetivismo que le permita una ilusión de control desmedido. 

La contracara y el síntoma más claro de la deformación de esta necesidad es el miedo. Un miedo que se produce por que la consciencia experimenta el conflicto entre el deseo natural de felicidad y la satisfacción inmediata de la necesidad de seguridad. La persona se da cuenta de que, al olvidar su necesidad primigenia de felicidad, ha puesto su seguridad en cosas que son en realidad muy inseguras e insuficientes: el goce desmedido de algún placer, la posesión de algún afecto, dinero o fama, el ejercicio desordenado de algún poder que nos genere sensación de dominio sobre nosotros mismos, sobre los demás o sobre la realidad entera. 

Siendo básica, la necesidad de seguridad es una gran fuente de motivación si se inserta en el marco más amplio de la felicidad, si se modera con las demás necesidades y se ordena de cara a la realización de la persona. 

En el mundo de los negocios, cuando el empresario busca la seguridad en satisfactores insuficientes (Lo que Luis María Huete con una intuición sencilla y certera llama "fast food emocional"), la empresa fracasa por exceso de orden y falta de riesgo, se estanca y los cambios la dejan fuera de carrera. Así que, amigos empresarios, tengan cuidado de que su seguridad no esté puesta donde no se sostiene, modérenla de cara a la felicidad y busquen el riesgo prudente que viene de otra gran necesidad: la variedad, cosa que veremos en el próximo post.
 

martes, 30 de julio de 2013

La gran necesidad

Por venir de una escuela "no práctica" voy a ir de lo universal a lo particular, de lo más interno a lo más externo, de lo más "hard" a lo más "soft", del fundamento al fenómeno y de lo sustancial a lo accidental. Este proceder tiene la ventaja de que podemos abarcar con una mirada lo más importante y fijarlo como meta o visión, y la desventaja de que no es fácil concretarlo en la realidad cotidiana, empresarial y de negocios sin perdernos en mil y un consejos morales. Pero bueno, nada es perfecto. 

Comencemos entonces por una vieja afirmación de fondo: la primera, la más universal, interna, "hard", fundamental y sustancial necesidad del ser humano es la de ser feliz. Desde que la humanidad es humanidad, esto es un "dogma" indiscutible según le dijo Aristóteles a Eudemo o a Nicómaco. 

Y si bien esto de la felicidad tiene muchas aristas complejas, no se trata de algo relativo (No da lo mismo todo) ni de algo subjetivista (no se puede inventar como a uno le de la gana) así que intentaremos modestamente señalar tres características básicas de la felicidad que necesitamos, con el ánimo de ir avanzando en esto de las necesidades para hacer un aporte al mundo empresarial.

La primera es que la felicidad que se necesita es algo personal, nadie puede ser feliz por uno, uno no puede hacerse de la felicidad de otro, nada ni nadie puede hacer feliz o infeliz a nadie y nadie puede ser feliz si no lo quiere de verdad. Soy consciente de que cada afirmación de este segundo párrafo requiere una explicación. Intentaremos darla más adelante para no perdernos.

La segunda es que la felicidad no es solitaria ni egoísta. Pareciera que no estamos diseñados para la soledad radical. Que una persona pueda ser feliz relativamente sola es cierto pero también lo es que necesariamente esa soledad contiene algún tipo de conexión con otras personas.

La tercera es que la felicidad no es lo mismo que el mero bienestar porque éste es necesariamente pasajero mientras que la primera se busca como algo estable o permanente, es más un estado de armonía interior y profunda que un estado emocional que necesariamente pasa.

Podemos decir a partir de estas tres características que la necesidad de felicidad se arraiga en dos necesidades antropológicas que permiten que se de la tercera característica. Las llamo "necesidades antropológicas" porque no pertenecen al ámbito físico ni emocional en primer término sino a la naturaleza del ser humano en cuanto tal. Podríamos decir incluso que son estas dos necesidades radicales las que definen al ser humano. 

La primera es la necesidad de crecimiento personal, de afirmación de la propia identidad como única e irrepetible. La segunda es la de contribución al bien común que tiene que ver con la creación de vínculos y el mantenimiento responsable de compromisos con las demás personas. De hecho, de ambas cosas se trata el hecho de ser personas. Sólo la satisfacción sana de estas dos necesidades de fondo pueden garantizar la felicidad como un estado estable y permanente desde el que se piensa, se siente y se actúa. Cuando de una u otra manera, una empresa logra responder en algo a estas necesidades asegura su permanencia y su éxito en el mundo. Y cuando un empresario, de una u otra manera, tiene como visión la felicidad, logra crear empresas de este tipo. Que son las únicas que valen la pena.

jueves, 25 de julio de 2013

La necesidad es madre de la empresa

Es un dato sólido e incontrovertible. Todos los seres humanos tenemos necesidades. El abanico va desde las más básicas y corporales (hambre, sed, sueño, descanso, placer, etc.) hasta las más profundas y espirituales (amar, ser feliz), pasando por la más intensas y psicológicas (afectos, emociones, valoración).

No las hemos inventado ni las podemos inventar, simplemente están en nosotros, así somos. No son ni buenas ni malas, solo son. Y aunque existe una inmensa teoría sobre ellas, tampoco podemos determinar con exactitud su origen. De la libertad depende su satisfacción sana o tóxica, y de su satisfacción, sana o tóxica, depende la buena o mala salud física, psicológica o espiritual. Se ve sencillo y lo es. La complicación tiene otro origen. 

En otro post profundizaremos sobre cada necesidad y el origen de las complicaciones. Hoy nos interesa explicar el título de éste: la necesidad es madre de la empresa. Dicho de otra forma: toda empresa nace para satisfacer una necesidad humana. No puede ser empresario entonces quien no desarrolla una gran sensibilidad para las necesidades humanas. 

Ahora bien, la empresa será más o menos sostenible en la medida en que la necesidad que le dio origen tenga raíces hondas en las personas, se reconozca de modo más o menos permanente y la empresa responda bien (con claridad, honestidad y capacidad de adaptación al cambio) a la necesidad para la que fue creada. 

Por eso quien quiera ser empresario debe comenzar por identificar en sí mismo y en los demás, una necesidad concreta, de acuerdo a ella diseñar un producto que la satisfaga sanamente y hacerlo llegar a las personas que lo necesitan de manera oportuna. Cada uno de los aspectos señalados abre a su vez innumerables ventanas que iremos abriendo y cerrando. Como dije al principio, mi afán es ser ordenado por eso en las próximas entregas nos moveremos por estos tres surcos: 

a. Comprender las necesidades
b. Diseñar un producto
c. Hacerlo llegar

Hasta el próximo martes

martes, 23 de julio de 2013

El mito del empresario sin alma

Cuando alguien dice que algo es un mito suele querer expresar básicamente que se trata de una mentira. Y no es verdad. Desde sus orígenes los mitos han sido más bien expresión de una verdad, de una verdad que no puede reducirse a una explicación clara y distinta (cosa muy aburrida por cierto) de la realidad. Podríamos decir que el mito intenta expresar una verdad de sabiduría que no se puede aplicar sin más a tal o cual persona y, si se aplica, no contiene nunca a toda la persona ni siempre. No profundizaré en los orígenes de los grandes mitos de la humanidad, intento ser modesto, me dedicaré sólo a uno muy difundido que es el que le da título a este post: el mito del empresario sin alma. 

Una primera afirmación es necesaria: el empresario sin alma no existe. Todos los empresarios tienen una. Puede ser negra, deforme o un alma grande y bella, pero alma tienen porque sin inteligencia ni voluntad no serían empresarios porque no serían humanos. Lo que sí existe es el empresario al que no le interesa ni su alma ni la del prójimo. Así como existe también el empresario que es un alma de Dios. Yo he visto varios de estos últimos. Al final un empresario al que llamamos desalmado es en realidad un mal hombre que lamentablemente tiene poder, ciertamente una pésima combinación, como un mono con una pistola. El desafío que se nos presenta es el de ser realmente justos para juzgar, cosa bastante difícil.

Una segunda afirmación es que cuando el mito se subordina a intereses ideológicos se convierte en prejuicio que de tanto repetirse se asume como verdad a ciegas, lo que es una contradicción en términos. Uno de los problemas que veo es que este prejuicio del empresario sin alma surge de una vieja idea anarquista: el orden estaría fundado sobre una injusticia primigenia y todo el bien, valor, idea o esperanza que pueda venir del orden, en este caso de la empresa, es básicamente una anestesia para que la gente no se rebele contra la injusticia. 

Dicho esto hay que decir que el mito del empresario sin alma contiene un profunda verdad, vieja como todas las profundas verdades. La formularé así: el empresario corre un peligro grande de olvidarse de su alma. Y el peligro está en la ocasión, no en la causa ni en la finalidad. Hay que ser muy fino de alma para no confundir la finalidad de la empresa con la rentabilidad, ni la causa con la avaricia. La causa de toda empresa que valga la pena es la necesidad de crecer como personas y la finalidad es contribuir con el bien común.  

domingo, 21 de julio de 2013

Saludando y explicando para comenzar...

He terminado involucrado en el mundo empresarial. No lo busqué, caí en él por una invitación para hablar a unos trabajadores hace aproximadamente diez años. Aunque estoy lejísimos de ser un experto sé de qué se trata el mundo financiero: básicamente de sembrar pequeños capitales y hacerlos crecer hasta que se vuelven grandes. Conozco las tensiones de las personas que se dedican a esto aunque nunca las he sufrido más allá de las deudas bancarias de cualquier padre de familia mediano. 

Aunque también esté lejos de ser un comerciante sé de qué se trata el mundo del comercio: comprar insumos de algo, darle un valor agregado, vender a un precio razonable, ganar la diferencia, reinvertir una parte, gastar otra y ahorrar otro poco según lo que se ve en el mundo financiero. Para lograr esto se hacen marcas, se fabrican productos, se invierte talento y creatividad, se consiguen clientes y se los fideliza.  

Aunque tampoco sea un empresario vivo admirado de la capacidad de los que hacen empresa de cualquier tipo o tamaño, de la velocidad de su inteligencia, de la constancia con la que buscan y gestionan recursos materiales y talentos humanos. Me sorprende día a día la fuerza que invierten en crecer. Y no pocas veces me conmueve su simplicidad para ver la vida.

He escuchado a grandes maestros del asunto, he leído gurús de todos los pelajes y niveles. No puedo negar que es un mundo lleno de pasión e inteligencia. Y no es lo mío, o no directamente. Nunca he creído en el dinero y parece que nunca podré hacerlo. Creo en Dios y en su imagen en las personas. Creo en sus familias como la tierra fecunda de su auténtico progreso. Creo en su corazón, su inteligencia y su voluntad como el motor de sus empresas. 

Lo mío no es el negocio sino el ocio. Pero estoy convencido de que sin el ocio el negocio termina fracasando. Supongo que me iré explicando en este blog. Al final parece que soy un "speaker" en este mundo fascinante, por ello es que se me ha ocurrido escribir ordenadamente lo que realmente pienso, lo que aprendo, lo que día a día se me ha ido mostrando. Escribiré con constancia y honestidad. Espero que eso ayude.