martes, 13 de agosto de 2013

La necesidad de conexión

Vamos a terminar la primera vuelta de este blog con la necesidad de conexión.

El recorrido ha sido el siguiente: después de saludar en el primer post, hemos aludido en el segundo al mito del empresario sin alma para decir simplemente que si bien el empresario corre el peligro de olvidarse de su alma eso no niega que la tenga y que por lo tanto vale la pena tratar de ayudarlo a cultivarla para no olvidarla ni perderla y de eso se trata este blog.

En el tercero hemos abierto propiamente el asunto con la gran necesidad de felicidad, lugar común universal en las palabras y obras de todos los seres humanos. Se trata de la gran motivación, lo único que da sentido a cualquier esfuerzo. Esta felicidad no es arbitraria sino que está hecha de crecer (como persona) y contribuir (buscar el bien común), en una palabra amar. 

El amor es la acción concreta de la felicidad. La idea es que esta gran necesidad se traduce íntegra en cada una de las necesidades más "sectoriales" (seguridad, variedad, singularidad y conexión), y justamente por eso las modera y mantiene sanas equilibrándolas con la necesidad opuesta (así la seguridad se equilibra con la variedad y viceversa; y la singularidad se equilibra con la conexión y viceversa).

Ahora a lo que toca: la necesidad de conexión.

Se trata de la necesidad de pertenencia, de compañía real y profunda. No le basta a la persona sentirse importante si no que necesita sentirse importante para alguien, estar en relación con ese alguien de manera gratuita y no utilitaria, aunque en la relación lo utilitario tenga un lugar, siempre será secundario. Se trata también de una necesidad afectiva que expresa que somos insuficientes en soledad, que el otro es necesario en nuestras vidas, que no hemos sido diseñados para estar encerrados en nosotros mismos. En la práctica es una negación de la indiferencia y el anonimato.

El "fast food" de esta necesidad es la dependencia afectiva y todos los productos tóxicos que se siguen de ella. La persona hipoteca su felicidad a la reacción del otro. Se convierte así en alguien incapaz de ser feliz consigo mismo, todo su mundo interior se ve invadido por la necesidad de la otra persona. Una gran incidencia de este satisfactor tóxico se puede ver en la relaciones de pareja donde muchas veces imperan los celos patológicos, el abuso y la manipulación. Básicamente se trata de la incapacidad de salir de sí mismo y con ello tratar de usar al otro para la propia satisfacción afectiva. Otra veces se da en relación a los padres, hermanos amigos. Un efecto que también se produce es la pretensión de vivir sin afectos, ignorando los sentimientos, intoxicación que suele terminar en algún tipo de fuga por compensación.

El satisfactor sano es la capacidad de establecer relaciones equilibradas de pertenencia pero no de dependencia. Se trata de la reciprocidad. En la pertenencia debe quedar claro que la decisión de construir la relación es libre y razonable y desde ella ordenar las pasiones, lo sentimientos y emociones. La necesidad sana de singularidad modera la necesidad de conexión con la conciencia y la sensación de que uno es suficiente y capaz y que justamente por eso establece una relación libre y que respeta la libertad del otro. 

Y como en todo, esta necesidad de conexión sólo se mantiene sana de cara a la gran necesidad de crecer y contribuir que constituyen la felicidad.

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